Capítulo III

Un hombre duro, este doctor Trifulgas. Poco compasivo, no curaba si no era a cambio y eso por adelantado. Su viejo Hurzof, una mezcla de bulldog y faldero, tiene más corazón que él. La casa del Seis-Cuatro inhospitalaria para los pobres, no se abre mas que para los ricos. Además, hay una tarifa: tanto por una tifoidea, tanto por una congestión, tanto por una pericarditis, tanto por cualquiera de las otras enfermedades que los médicos inventan por docenas. Sin embargo, el hornero Von Kartif era un hombre pobre, de una familia miserable ¿Por que tiene que molestarse en una noche como aquella al doctor Trifulgas?

-¡Sólo el haberme hecho levantar vale ya diez fretzers! -murmuró al acostarse de nuevo.

Apenas habían transcurrido veinte minutos cuando la aldaba volvió a golpear la puerta del Seis-Cuatro.

El doctor abandonó gruñendo su caliente lecho y se asomó a la ventana.

-¿Quién va?- gritó.

-Soy la mujer de Von Kartif.

-¿El hornero de Val Karniu?

-¡Si! ¡Y si usted se niega a venir, morirá!

-¡Pues bien, se quedará viuda!

-Aquí traigo veinte fretzers...

-¡Veinte fretzers por ir hasta Val Karniu, que está a cuatro kertses de aquí!

-¡Por caridad!

-¡Vaya al diablo!

Y la ventana se cerró. ¡Veinte fretzers! ¡Bonito hallazgo! ¡Arriesgarse a un catarro o a unas agujetas por veinte fretzers, sobre todo cuando mañana le esperan en Kiltreno, en casa del rico Edzingov, el gotoso, cuya gota le representa cincuenta fretzers por cada visita!

Pensando en esta agradable perspectiva, el doctor Trifulgas volvió a dormirse más profundamente que antes.


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